La Regla del Notario y el mundo que nos queda

Por Antonio Valero

Hace unos años formulé junto con José Manuel Naredo la “regla del Notario”, para explicar la relación que existe entre los costes energéticos y los monetarios, dice así: “En la construcción de una casa los mayores consumos energéticos tienen lugar en los materiales de obra que son los que menos cuestan por unidad de energía consumida. Al final de la obra el consumo energético que hace el notario para firmar la escritura es el que más dinero cuesta”. Dios me libre de ir contra los notarios. Sólo es un ejemplo ilustrativo de lo que nuestra sociedad valora y de lo que no. Así, el valor de una hoja de papel está sólo en la información que contiene. Ni la tala de árboles, ni su traslado a la fábrica, ni su proceso de producción, tienen un valor económicamente significativo. Puedes tirar un papel pero no destruir un billete de 100 euros. Fijaros en el caso contrario: La fabricación de pan. Arar la tierra, plantar, regar, recoger el trigo, molerlo y hornearlo ya no pagan derechos de autor. El precio del pan refleja casi sólo los costes físicos incurridos en su producción. El pan de ayer va a la basura sin contemplaciones. En el fondo, la energía es barata porque valoramos más los productos del ingenio que lo que nos da la naturaleza, que no reclama su pago. Como el deterioro ecológico no se contabiliza en nuestro desarrollo económico y social pagamos por las cosas menos de lo que le cuestan a la naturaleza. Alguien las pagará.

También la regla sirve para analizar los intercambios entre los países. Las empresas de los países ricos ya no producen, gestionan marcas, comercializan, manejan y venden información, y venden “productos financieros” en general, realizan actividades llamadas de servicios. En cambio, en los países de la periferia, predominan las actividades agrarias y extractivas y las primeras tareas de elaboración industrial. Se ocupan de las primeras tareas de extracción y elaboración de los recursos naturales, con escaso valor añadido por unidad de coste físico. Aún no he visto a ninguna organización ecologista protestar por el acero, aluminio o vidrio que llega a nuestros puertos. Su mochila ecológica es enorme, pero llegan limpios de emisiones y de costes sociales.

La globalización incrementa aún más estas desigualdades. La extracción de materias primas deja un rastro de deterioro ecológico increíblemente grande que los países ricos no asumen como propio. El grueso de estos flujos lo constituyen los combustibles cuyo volumen en las últimas décadas ha sido superior al 85% del intercambio mundial de materiales, y en segundo lugar, las importaciones procedentes de las industrias extractivas. A ello se une el deterioro social que viene por “la maldición de los recursos”, que es como se llama al rastro de corrupción y desequilibrio social que provocan. Incluso con la mejor voluntad política se produce el llamado “mal holandés” por el cual al especializarse el país en vender sus materias primas hace que se destruya toda la industria local menos productiva, llevando así al país, a un desarme social y manufacturero irreversible.

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El comercio global, en ausencia de leyes internacionales más justas, está facilitando el rápido deterioro ambiental del planeta, ya que los países ricos al pagar transfieren la responsabilidad del deterioro a los países que voluntariamente están dispuestos a vender sus materias primas asumiendo así los costes medioambientales asociados. Curiosamente los países ricos devuelven ese exceso de tonelaje importado en forma de emisiones de CO2 y otros gases a la atmósfera; en forma de contaminación a los ríos que van a parar a los océanos; y finalmente, en forma de basuras. Lo peor es que el flujo dinerario no va de vuelta a los que venden sus materias primas sino que en muchos caso se ha queda en los países ricos o en paraísos fiscales. ¿Quién invertiría en moneda congoleña? Prefieren dejarlo en el primer mundo. Así que ese dinero no ha ayudado al desarrollo de esos países sino a la sempiterna deuda financiera que padecemos. El mundo desarrollado ha pasado por una inmensa borrachera financiera y los países que han vendido sus materias primas no se han desarrollado. Son hechos constatados estadísticamente por Naciones Unidas. Paulatinamente lo único que exportarán será gente.

La conciencia ambiental por el reciclado, los planes sobre vertidos, las plantas de depuración de aguas urbanas, los límites legales a las emisiones de gases de efecto invernadero y otras tantas disposiciones legales que los países ricos nos imponemos no son más que operaciones higiénicas y de cosmética, que además, contribuyen a elevar nuestra autoestima, haciéndonos creer que como países más desarrollados nos preocupamos mucho de los problemas medioambientales. Preocuparse por el cambio climático está de moda. Lo siento. Hay que hacer muchísimo más: Ecología y Equilogía.

Artículo «La Regla del Notario y el mundo que nos queda» de Antonio Valero Capilla, Director de Instituto Circe de la Universidad de Zaragoza y Miembro Pleno de The Club of Rome.