Ecoinnovación: Duración y levedad

Por Antonio Valero

Desarrollo sostenible se dice en francés “desarrollo durable”. Durar, es la clave. Después de que lo que se ha abusado de la palabra sostenibilidad, hasta el punto de que cada quien entiende de ella lo que le interesa defender, hay que volver a su auténtico significado: Sobrevivir.

La depredación de los recursos cada vez más escasos, la contaminación del nido-planeta y la lucha por la existencia donde unas veces eres presa y otras, depredador, caracterizan nuestra existencia. Y eso se aplica a las personas, las sociedades, las empresas o la humanidad. Es ley natural, y los seres humanos debemos poner inteligencia, no para depredar más o mejor sino para sobrevivir todos y mejor. No sería yo quien matara la última mosca de este planeta. Existir significa en realidad coexistir con otras especies, culturas, organizaciones, ecosistemas, y con el planeta…

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Los seres humanos hemos querido adaptar y modificar este planeta a nuestro antojo, pensado que como especie dominante podíamos conseguir el dominio total. Ya empezamos a ver cuán equivocado era este punto de vista. El respeto al otro es fundamental para nuestra propia vida. Y si el ser humano con su inventiva ha generado un indudable proceso creativo, consolidando su dominación, su propia inventiva ha hecho que se extralimitara. No queremos reconocer los límites, pero en verdad existen, y el pensamiento de dominación debe dar paso al pensamiento del equilibro y del reconocimiento. La vida no es sólo competir, sino también cooperar. Y más allá de compartir hay que simbiotizarse, como las algas y los líquenes, entendiendo a la vez lo individual y lo colectivo, el uno y los otros. La inteligencia puesta en práctica, es decir la innovación, no podrá ser entendida ni aceptada como tal sino es durable en su misión de crear ingenios y sistemas que ayuden a la supervivencia.

La crisis económica nos ha enseñado a valorar lo que teníamos y también nuestros excesos. Hemos aprendido que los puestos de trabajo son sagrados. Si no hay empleo la sostenibilidad se hace secundaria. Así que hemos vuelto al camino anterior. Nos alegramos de que se vendan coches, aunque contaminen; y que se construyan más casas y que las empresas exporten, aunque sean armas. Y admiramos a aquellas empresas que prosperan con elegancia. Es decir, con ideas innovadoras que las destacan sobre sus competidoras. Tanto es así que el pensamiento económico actual vincula fuertemente la innovación con la competitividad empresarial y el empleo. Y estos con la estabilidad social, de las personas y de las naciones.

El desarrollo sostenible ni es lujo de los ricos ni obligación limitante de los pobres. Por eso, tanto la innovación como la sostenibilidad son prioritarias a la vez, no sucesivamente sino simultáneamente. Hay que vincular la innovación con la duración y levedad de las cosas. Toda innovación que genere efectos destructores para el planeta -percibidos o no– será en realidad una “retro-innovación” cuyos efectos a largo plazo serán más perniciosos que positivos. Quizás nadie validaría hoy como innovación diseñar una máquina de expender tabaco que mejorara sus ventas. Hay que pensar en algo más: la eco-innovación o innovación durable y duradera. Es decir, en diseñar artículos y sistemas en cuya producción se haya considerado su interacción con la naturaleza. El prefijo “eco” no puede ser sólo un adjetivo calificativo que delimite un subconjunto de la innovación, sino que debe determinar una condición necesaria para que realmente una idea innovadora haga longevos a los productos.

Necesitamos que esto se asimile urgentemente porque si no, la competitividad empresarial global, la necesidad del uso inteligente de los recursos agua, energía y materiales, el cuidado de nuestras emisiones, y el respeto por la biodiversidad y la vida, harán que lleguemos tarde y en inferioridad de condiciones a nuestra la lucha por la existencia como personas, empresas, sociedades o países.

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Se defiende insistentemente que la innovación es el camino para tener éxito económico. Pero la innovación tal como se presenta no tiene reglas: Todo vale si el objetivo es vender más. ¿Vender más que los demás o vender más para consumir más? Es como si boxeáramos contra el planeta sin reglamento y sin árbitros, hasta la aniquilación del contrario. La innovación necesita ética, necesita reglas y limites. No vale todo. Tiene que estar enfocada en todo caso al respeto por la supervivencia. Y si la innovación debe perseguir el desarrollo sostenible habrá que cambiar la misión, los conceptos, las acciones… Los sistemas de incentivos y la financiación deberán reorientarse, al igual que las reglas de juego. Es decir, tenemos que promover aquellas tecnologías emergentes que realmente eviten o ayuden a evitar: la contaminación, el cambio climático, la disrupción de los ecosistemas y el agotamiento de los recursos, para concentrar los recursos financieros en esas líneas de desarrollo y vincular la I+D+i al concepto de producto y generación de valor durable.

Se necesita un liderazgo nuevo que visualice las oportunidades y que fomente la tensión creadora, pasando desde la investigación que busca las causas a la que busca el diseño en el marco de la sostenibilidad. En síntesis, si innovar es diseñar+producir, ecoinnovar sería ecodiseñar+ecoproducir. Es decir, descartar en nuestros diseños aquellos que no impliquen un respeto a los recursos naturales y conlleven un desarrollo humano equilibrado. Y tener en cuenta al producir todos los impactos que conlleva nuestro producto desde la cuna hasta la tumba, incluida también su durabilidad, su impacto positivo sobre la salud de los ecosistemas y la conservación de los recursos naturales.

Al igual que se hace con las empresas farmaceuticas que para poner un medicamento en el mercado debe pasar por una demostración fehaciente de su poder terapeútico así como una indicación explícita de sus posibles efectos secundarios, ¿por qué no se crea una agencia europea para prevenirnos de los efectos secundarios contra el planeta y las personas de los millones de productos que salen continuamente al mercado? El mundo sería mucho más cuidadoso con los recursos utilizados y los residuos producidos. Algún día me harán caso. Hoy es impensable.

Pero para ello necesitamos nuevas herramientas de análisis. Ya Aristóteles dijo que todo está conectado con todo. No podemos aislar nuestros inventos del resto de su entorno. Poniendo un ejemplo: ¿Es coherente propugnar los coches eléctricos cuando abominamos un todo eléctrico en nuestras viviendas? ¿O es que los coches eléctricos solo tendrán sentido si hacemos que la producción de energía eléctrica sea lo más renovable posible? Las nuevas herramientas necesitan analizar las cadenas de causalidad, porque un producto nuevo, no podrá ser catalogado como más ecológico mientras que no sean analizados todos los impactos sobre el medio que genera a lo largo de toda su vida. Esa herramienta se llama Análisis de Ciclo de Vida y cientos de investigadores en el mundo estamos desarrollándola con objeto de catalogar todos los procesos y todos los productos que la sociedad produce. Ya no vale pensar en los productos aislados sino en la cadena de su propia producción. Si el almacenamiento de energía eléctrica se hiciera con sustancias poco abundantes en la corteza terrestre, ¿Cómo podríamos decir que se habría conseguido resolver de una forma definitiva este almacenamiento? Y si diseñamos materiales robustos que luego no pueden destruirse y reciclarse una vez alcanzada su vida útil, ¿podremos decir que son avances hacia un desarrollo sostenible y universal? Cuando diseñamos productos nuevos, hay que pensar en la interacción con el entorno de las materias primas consumidas, de la producción, de su transporte, de su uso y de su disposición y reciclado, no solamente en la producción.

Necesitamos mentes creadoras que como algunos teóricos defienden piensen y diseñen pensando en las personas, los procesos, los productos y el planeta. Gente con visión que estén dispuestos a asumir las tensiones emocionales que les provocarán los mas conservadores, los escépticos y los que no quieren asumir riesgos. Que tratarán de reducir los objetivos o posponerlos. Para ellos, para los que con su visión imaginen un mundo más compatible entre el ser humano y sus recursos, el Estado necesita estimularlos y promover sus invenciones. La eco-innnovación es el instrumento necesario para conseguir que el sistema industrial global impida los efectos dañinos de la actividad humana sobre el medio de una forma durable, es decir, sostenible. Y en consecuencia, será necesario también fomentar de forma activa que los consumidores sean quienes requieran, como Daniel Goleman propugna, una “transparencia radical” acerca de la huella ecológica de los productos que consumen y romper así el binomio precio/accesibilidad de los productos.

España tiene una oportunidad única para orientar a sus centros de investigación y a sus empresas hacia la eco-innovación, que se plantea como una necesidad más que como una oportunidad, para potenciar las iniciativas tecnológicas con carácter más sostenible como valor diferencial de la innovación.

Y yo me pregunto ¿Está nuestro Sistema de Ciencia, Tecnología y Sociedad preparado? ¿Están las empresas, el tejido investigador y la Administración preparados para el reto de la eco-innovación? Creo que no suficientemente. Una vez que se aceptara este objetivo estratégico quedaría aún diseñar las herramientas idóneas que valorarán los avances y su eficiencia en la conservación del fin, así como identificar los instrumentos que contribuyeran más claramente a la competitividad y generación de empleo sostenibles desde el punto de vista medioambiental.

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Al igual que se hace con las empresas farmacéuticas que para poner un medicamento en el mercado debe pasar por una demostración fehaciente de su poder terapéutico así como una indicación explícita de sus posibles efectos secundarios, ¿por qué no se crea una agencia europea para prevenirnos de los efectos secundarios contra el planeta y las personas de los millones de productos que salen continuamente al mercado? El mundo sería mucho más cuidadoso con los recursos utilizados y los residuos producidos. Algún día me harán caso. Hoy es impensable. Está todo por hacer.

Dedicado a los escépticos que en el mundo abundan.

Artículo «Ecoinnovación: Duración y levedad» de Antonio Valero Capilla, Director de Instituto Circe de la Universidad de Zaragoza y Miembro Pleno de The Club of Rome.